viernes, 24 de junio de 2011

El teatro como medio de expresión y de sociabilización



Si existe una momento mágico después de una temporada de teatro, es el momento final de la obra, cuando la pieza esta llegando a los últimos minutos y el público está fervoroso, pegado. Los actores, ya sin nervios, se esfuerzan por hacer disfrutar y disfrutar ellos -genial- de cada gesto de su performance, y el director -o en este caso, la directora- detrás de la cortina, siente esa energía, la emoción de un trabajo bien hecho, eso se siente. Como también se siente cuando las cosas no salen bien, pero quedémosnos en el primer caso. Eso es emocionante cuando se trata de actores compañeros tuyos, pero es mas intenso cuando los actores que te han dado esa satisfacción son, digamos "muchachones" que pasan la base siete, sin mayor experiencia actoral, pero con larga experiencia de vida.

Esa intensísima experiecia que no me dejó dormir de la emoción esa noche, la tuve el día final de la obra "En un lugar del Corazón" con los abuelitos (bueno, abuelitas casi en su mayoría), del Club Saex. Esa noche, la gente se paró a aplaudirlas, y yo sentí mi corazón explotar. Estaban contentas, plenas, ellas no se habrían imaginado nunca antes pisar un escenario, pero lo hicieron. Se aprendieron la letra, interiorizaron sus personajes, le encontraron miradas, estilos; fueron unas verdaderas profesionales. Nunca había estado tan orgullosa.

Y es que es harto conocido los efectos positivos del teatro en los seres humanos, en los niños y en los jóvenes, en sus dinámicas de participación y de integración, pero ¿se imaginan esto con adultos mayores? es oro en polvo. Cuando llegué a la escuela de abuelitos SAEX (Sabiduría y experiencia, que lindo nombre), su directora, Gloria de Los Ríos -una mujer dinámica como pocas que ha hecho del Jardín infantil que tiene a su cargo un verdadero centro cultural, con museo incluído-, me dio la tarea de hacer con ellos una "obrita" para que la presenten en el nido, quizas a los padres de familia. Pues tomé la idea, pero primero haríamos un taller.

El taller contemplaba expresión corporal pero apropiada para los abuelitos, luego un poco de
imaginación e improvisación resultaron excelentes, a pesar de que evidentemente su vitalidad
no es la de los veintitantos o treintaitantos años, ellas metían tal sazón, que todas sus improvisaciones eran dignas de público. Cuando las llevamos a ver una obra de teatro -ellas nunca habían visto alguna- elegimos una de dos actrices, titulada "Lecciones de FE", recuerdo que emocionadas y espantadas decían: "¡cómo vamos a hacer eso de actuar!, señorita, ¡nos vamos a olvidar todo!" y yo, emocionada y espantada también les decía: "no, lo van a hacer bien, ya verán.

Poco a poco, la obra fue cobrando vida, quizas con ellas habría que repetir mas de lo normal, quizas todos los días, quizas a cada momento, pero no importa; día a día las veía mas confiadas y gozando la clase, sumando a su creciente emoción, la gentileza de dos actores renombrados que agregaron su experiencia al proyecto. Cuando las cosas se veían un poco opacas, cariñosamente respondía a sus justificadas preocupaciónes; "cálmense, esta vez, las estrellas son ellas". Y así, mate de coca de por medio para animar, continuaban los ensayos.

Cuando llegó el día del estreno, vasos de agua de azahar aparecían por todos lados, al igual que perfumes, estampitas y demás. Yo era la mas calmada, la mas segura, las mas templada. Todo lo tenía ordenado sincronizado y en su lugar. Mentira, yo era la mas nerviosa y ni un litro de agua de azahar me hubiera hecho sentir lo contrario. En fin, la sala estaba con mucha gente, no llena, pero con los suficientes para sentir estrunedosos los aplausos... y así, el estreno, la función siguiente, y la siguiente... hasta el final, y orgullosa como una mamá las apaludía, Sin embargo, el último día, no sólo las aplaudí como una orgullosa mamá, sino como la directora mas orgullosa de todas. Fue una función hermosa, como fue hermoso también cuando ellas se me acercaron al final y me dijeron, con algunas lagrimitas (ellas no se creían que habían terminado una temporada en medio de aplausos de pié por casi 15 minutos seguidos); "señorita, nunca pensamos que podíamos estar arriba de un escenario", esta noche nunca, nunca se nos va a olvidar", y así las vi recibir uno a uno los saludos de sus familiares que tampoco se la creían, diciéndoles cosas como: muy bien mamá", "abuelita que bien actuaste", "te aquiero"... y ellas dejaban que su sonrisa les respondiera lo que era obvio; "lo ven, no somos invisibles".


No, no lo son queridas muchachas, nunca lo fueron. Sólo, esta vez, el teatro actuó como una lupa para ver justamente, lo obvio; sus maravillosas cualidades en su más pura expresión.