
¿Quién no recuerda la feria?, era tan simpático esperar hasta julio para junto a la familia, o lo que era mejor, junto a los amigos del colegio, hacer una expedición por algo que parecía una gran ciudad interminable de cuadras y cuadras de cosas raras, tan interesantes como absolutamnete prescindibles. Uno siempre se preparaba para la ocasión; desde la ropa que luciría, las cosas que probaría, los juegos a los que se subiría y todo tenía un aroma a niebla, a garúa, a frio... con mezcla de algodón dulce, manzana con caramelo y pollo broaster; un color a cielo gris, a juegos multicolores, a luz blanca de gigantescos stands. Nuestros oidos se acostumbraban a escuchar gritos a lo lejos, gritos cercanos, algarabía y animadas explicación de vendedor; "pase, mire, vea". Supongo que todos los que pasan de los 25 deben recordar; recordar que la emoción de julio empezaba con los primeros spots de televisión, con aquello de "te llama la llama", subía lentamente con los anuncios de las atracciones para ese año para el Gran Estelar... (El Gran Estelar!, preparación de gargantas y más gritos de emoción), y llegaban a su punto máximo en los nervios electrizantes del pico más alto del carrito de la montaña rusa, para luego caer reposadamente en los casi afónicos recuentos de lo vivido, mientras se caminaba -con canchita en mano- hacia la salida más cercana, a las 11 de la noche. En fin; colas, risas, buen humor, comida chatarra, volantes, volantes, volantes... y las ganas de no irse (o de irse y volver al proximo año). Sin duda, un ritual que acompañó a muchos. A mi, por supuesto que si. Snifff.
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